En un instante se sincronizan, como en una sinfonía, los diferentes elementos de la naturaleza, junto con nuestras sensaciones. Momentos únicos que nos gustaría que se repitieran siempre. Vivaldi

Vivaldi se caracterizó por la gran cantidad de detalles que utilizaba para evocar emociones, sensaciones y vivencias que podían revivirse escuchando su música. Así invita a imaginar qué hay dentro de cada detalle y cada nota. Casi es como si quisiera acompañar el despliegue que ocurre cuando se activan las emociones en cada uno de nosotros y que nos hacen sentir vivos.

Todo está en su sitio, entonces todo se vive en calma, en armonía. Al sincronizar nuestras sensaciones con la música tenemos una vivencia de todo en uno muy agradable.

Pero ¿qué ocurriría si el violín quisiera hacer lo que hace la flauta, o el oboe quisiera hacer lo que hace el violonchelo?. Sería como una gran familia en la que cada uno ocupa el sitio que no le corresponde. Entonces ya no habría armonía sino desasosiego.

El gran amor que los familiares sienten unos por otros, a veces, hace que unos quieran llevar la carga que no les corresponde, otros no se den cuenta de que es suya y están dejando que la lleve otro, y así ocurre que un hijo mayor ocupa el papel de padre, quizá ausente, para con sus hermanos, o una hija ocupa el lugar de una madre que ya no está, o que sí está pero es rechazada por su padre y por amor hacia él se alía, sin saberlo, en ese juego neurótico.

Lo que ocurre es que mientras se ocupa otro papel, se abandona el espacio propio que corresponde por naturaleza y por derecho, entonces no estamos en nuestro sitio, no nos sentimos  seguros y somos más vulnerables ante nosotros y ante los demás, perdemos fuerza y sufrimos.

Cuando estos espacios están confundidos es cuando suena una sinfonía de culpabilidades, reproches, enfados, tristezas y frustraciones, ante un intento fallido de amar, pero de la forma equivocada, en la que intentan tocarse pero nunca llegan a conseguirlo.

Y en este escenario los familiares ven crecer un cierto desasosiego al acercarse las Navidades, porque sienten una oportunidad de acercamiento, imposible en el fondo, y que se queda sólo en la forma, hay que guardar la compostura, hay que acordarse de no sacar ciertos temas, hay que mantener a raya los resentimientos, aunque por dentro uno se muere de ganas de decir al otro te quiero.

Y así transcurre el invierno como una estación de cambio hacia el florecimiento, en el que todo muere para poder ser renovado y tener la oportunidad de ocupar el sitio propio desde el que aprender a amar de verdad en esta verdadera sinfonía.

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