Cada vez que me asomaba a la ventana casi no podía ver el exterior, tan sólo podía calcular la hora por la línea que el sol trazaba a través del cristal, pero aún no lo tenía bien calculado, mis cuentas no eran exactas, lo sabía porque cuando entraba alguien siempre le preguntaba la hora y en muchas de las ocasiones no era la hora exacta que yo había calculado.
A veces me quedaba quieta y pensativa, me venían a la mente toda esa cantidad de reglas o máximas que había aprendido, no sé bien en qué momento de mi vida ni sé dónde están escritas, sólo sé que de una forma automática continúo actuando bajo sus mandatos:
1. Nunca es suficiente para sentirme valiosa y entonces tengo que estar todo el tiempo haciendo algo.