Cada vez que me asomaba a la ventana casi no podía ver el exterior, tan sólo podía calcular la hora por la línea que el sol trazaba a través del cristal, pero aún no lo tenía bien calculado, mis cuentas no eran exactas, lo sabía porque cuando entraba alguien siempre le preguntaba la hora y en muchas de las ocasiones no era la hora exacta que yo había calculado.

A veces me quedaba quieta y pensativa, me venían a la mente toda esa cantidad de reglas o máximas que había aprendido, no sé bien en qué momento de mi vida ni sé dónde están escritas, sólo sé que de una forma automática continúo actuando bajo sus mandatos:

1. Nunca es suficiente para sentirme valiosa y entonces tengo que estar todo el tiempo haciendo algo.

2. La vida tiene que ser justa conmigo.
3. Tengo que quedar bien con todo el mundo porque si no pensarán que soy mala.
4. Hay que ser educada y flexible con todos sin excepciones, independientemente de cómo se comporten contigo, así cuando te vayas a la tumba nadie podrá decir que fuiste descortés, tampoco podrán decir que fuiste tú misma.
5. He de ser perfecta, aunque muera en el intento.
6. Los medios justifican algunos fines, como ayudar a los demás, aunque sea a costa de ti misma.
Y seguiría, pero la línea de luz está a punto de tocar la telaraña más oscura y he de comprobar si efectivamente ahí son las 18:00.

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