El enfado tiene muy mala prensa. Nadie querría tenerse que enfadar y quizá quedar mal con una persona, o sufrir su rechazo.

La aceptación de los demás es algo que todos buscamos de una manera u otra y resulta muy frustrante encontrarse con el rechazo. La frustración podemos sentirla cuando nuestros objetivos se ven truncados.

A unas personas el rechazo les hace sentir abandonadas, a otras con poca valía, otras en cambio sienten que el mundo está contra ellas. Pero el caso es que a todos nos afecta y por eso suele existir una huída ante esta emoción. 

A veces preferimos aguantar ciertas cosas antes de que a la otra persona le parezca algo mal. En ocasiones, esta situación es perfecta para alguien, pues logra aprovecharse para conseguir del otro lo que desean, abusando así de su confianza.

Y es que en todo esto hay una cosa clave y es si hemos aprendido dónde están los límites. ¿Dónde termina tu libertad y dónde comienza la del otro? Este es un tema realmente interesante y que va unido inevitablemente con el propio desarrollo moral de la persona.

Es muy importante que cuando somos pequeños nos den seguridad transmitiéndonos claramente lo que podemos hacer y lo que no debemos hacer. De esta manera es como aprendemos a poner límites a nuestro narcisismo en favor de una buena convivencia, así nos están enseñando a respetarnos a nosotros mismos y a los demás.

Los niños hacen ensayos con sus emociones y con el narcisismo natural que conlleva su edad, si no perciben límites, de adultos creerán que se lo merecen todo y sin hacer ningún esfuerzo, que el mundo estará a sus pies. Entonces, al comprobar que no es así, la frustración puede ser enorme y se puede hacer insoportable tolerarla.

El autocontrol sólo puede conseguirse si primero hemos aprendido a darle un espacio seguro a nuestro enfado. Una forma de darle espacio al enfado de nuestros hijos es dejando que lo exprese, siempre que no sea de forma perjudicial para él o para otra persona. Hay que transmitirle que es natural que lo sienta, que está muy bien que lo exprese, pero hay que enseñarle los límites que debe tener la expresión de ese enfado.

Una de las cosas que más se utiliza en las escuelas que ya ponen en práctica la gestión emocional es el rincón de la furia. Es algo que podemos llevar a cabo en casa. Se trata de crear un lugar en la habitación del niño donde pueda expresar su enfado. Colocar algunos cojines vendría bien, por si necesita tirarlos al suelo con fuerza, si siente en alguna ocasión mucho enfado. Este rincón debe tener también un sitio cómodo donde poder sentarse o tumbarse para relajarse una vez desahogado el enfado.

Por otra parte, también debemos escuchar el mensaje que tiene el enfado para nosotros. Puede que necesite hacer o decir algo a alguien y, hasta que no se lleve a cabo, ese enfado no parará. Si no dirigimos ese enfado a quien le corresponde, corremos el peligro de dirigirlo a otras personas que no se lo merecen, o bien, irá hacia nosotros mismos como un boomerang, y debemos tener en cuenta que nosotros somos nuestros peores enemigos.

Cuando hemos practicado la tolerancia a la frustración estamos más preparados para aceptar nuestras propias limitaciones o las cosas que en nuestra vida no salgan como nosotros queremos. De esta manera aprenderemos a tener resiliencia, que es la capacidad de superar circunstancias difíciles o traumáticas, saber sobreponerse ante las adversidades. 

Realmente el enfado, bien gestionado, conlleva ese gran potencial que llevamos dentro todos. El enfado es el impulso que nos lleva a saber defendernos, a poner límites adecuados a otros para que no nos hagan daño. Pero también nos permite otras muchas cosas que no suelen asociarse al enfado. Y es que gracias a este impulso podemos conseguir una dirección en nuestra vida. Es ese motor que nos lleva a decir lo que necesitamos decir, o hacer lo que necesitamos hacer. Por ejemplo, nos lleva a desarrollar nuestro potencial personal y profesional, nuestros deseos y sueños. Gracias al enfado bien gestionado creamos nuestro propio entorno.

Así vemos cómo el enfado puede ser destructivo o constructivo. El destructivo es el que crea problemas y el constructivo es el que los resuelve. ¿Te atreves a escuchar a tu enfado, tomar las riendas de tu vida y resolver los problemas que se te pongan por delante?

Siempre me gustó este pequeño diálogo que decía: 
      -«¿Y tú qué tomas para ser feliz?»
      – «Yo decisiones.»


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