Después de los exámenes de junio no había mayor premio para mí que un maravilloso viaje en grupo. Como vivíamos en tierras llanas, la mayor atracción para nosotros eran las montañas, y así nos fuimos unos días al norte, eso sí, a un camping, la juventud no daba para más, pero aquello tenía un gran encanto.
Estábamos haciendo una preciosa ruta mientras yo reflexionaba:
¿Hasta dónde podemos llegar en nuestro desarrollo?, ¿qué somos capaces de hacer?. 
Mis padres no se creían capaces de grandes cosas, unos éxitos académicos y eso era lo máximo, por tanto, todo lo que esperaban de mí era eso, en el mejor de los casos, pues cuando su frustración se activaba, era a la vez como la de sus padres y, a su vez, sus abuelos, y así una larga cadena familiar, pero que terminaba en un foco que me miraba, así es que una serie de anticipaciones negativas solían caer sobre mí:

– No vas a ser capaz.

– Otra vez te han engañado.
– Eso no es posible.
-Cuántos pájaros tiene esta niña en la cabeza.

Y creo que eso mismo seguía teniéndolo en mi cabeza día a día sin darme cuenta, por eso mis sueños los veía tan lejanos y luego me sentía culpable por soñar.

Así es como fui dándome cuenta de las pequeñas cárceles que nos hacemos de generación en generación, vamos aprendiendo a construirlas en familia, en el peor de los casos, funcionamos con ellas toda la vida, en el mejor de los casos, nos afanamos en disolverlas en lo posible para encontrar nuestra propia felicidad. Pero para esto hace falta mucho tesón.
A partir de este momento una de mis vocaciones y de mis sueños fue estudiar mi cárcel y las formas de disolverla. Descubrí una pregunta que me ofrecía pistas, y es: ¿qué me está impidiendo hacer lo que de verdad quiero hacer en mi vida?. En la respuesta aparecieron cosas interesantes:

– Miedo a lo desconocido pues me han enseñado que eso no es posible y lo familiar para mí es creer que no puedo.

– Miedo a la responsabilidad, que en realidad es miedo al fracaso, a confundirme, a no ser perfecta.
– Miedo a ser mejor que mis padres, pues parece que les traiciono.

¡Llegamos a la cúspide de la montaña!, gritó un compañero. No me lo podía creer, se me hizo muy corto de lo absorta que estaba en mis reflexiones. La vista desde allí era tan inmensa…, sentí un estremecimiento por todo el cuerpo que me devolvió con cárcel incluida a mi humilde sitio en el mundo, pero precisamente en ese instante me permití soñar con libertad.

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