El amor y la felicidad son dos cuestiones claves que todos buscamos y necesitamos, aunque muchas veces tenemos una visión nada realista de estos términos y eso hace que nos alejemos más de conseguirlos.

Amar de verdad a los hijos es no dejarse arrastrar por el deseo egoísta de querer tenerlos siempre al lado, aceptar lo que él o ella quiera ser en la vida y dejar que acuda a nosotros cuando lo necesite y sólo cuando lo necesite, sin asfixiar ni presionar, respetando su intimidad, y sólo podemos hacer todo esto si primero sabemos hacerlo con nosotros mismos, si nos queremos y aceptamos.

La felicidad por su parte nada tiene que ver con la perfección o la ausencia de problemas, sino con el bienestar a pesar de ellos y gracias a ellos.

Cuando tenemos hijos es la prueba definitiva de nuestra vida para probarnos y ver cómo somos, para conocernos mejor si lo sabemos aprovechar. 

Nuestros hijos aprenden no tanto de lo que decimos sino de lo que hacemos, por ejemplo, si somos nosotros los que recogemos sus juguetes, les evitamos los problemas y les damos la razón aunque no la tengan, entonces aprenderán a delegar su responsabilidad en los demás, y no les estaremos enseñando a ser responsables ni autónomos e independientes, sino narcisistas y egoístas.

Los padres se debaten entre la fina línea que hay entre la necesidad de protección y la de dejarles valerse por sí mismos, pero en ocasiones por prisas, miedo a que fracasen o al qué dirán, terminan haciendo ciertas cosas los padres, como por ejemplo los deberes del colegio o las tareas de casa.

Otra de las causas por las que se sobreprotege a los hijos es por desavenencias en la pareja, de manera que alguno de ellos o los dos, aunque es mucho más frecuente en las madres, terminan volcándose en los hijos tratando de arrebatar su cariño al otro progenitor, desembocando en manipulación psicológica y en un tipo de maltrato infantil.

En otras ocasiones se sobreprotege por una necesidad de compensar una enfermedad que nuestro hijo tiene, algún problema o una discapacidad, sin embargo, especialmente en estos casos las consecuencias de la sobreprotección en su desarrollo pueden ser más graves, dificultando el avance.

Las consecuencias con las que nos encontramos es una incapacidad en general para ser independientes acorde a su edad, bajo concepto de sí mismos, retrasos y dificultades en el aprendizaje, dificultades con las habilidades sociales, pensamiento negativo, rechazo hacia los padres, depresión e incluso problemas con la justicia. Especialmente si les damos todo o casi todo lo que pidan o tratamos de evitarles las frustraciones normales de su edad lo único que hacemos es crearles una intolerancia a la frustración, por tanto pueden tener problemas de adaptación en su vida adulta.

Las problemáticas que ocasiona la sobreprotección depende también del temperamento del hijo, de manera que va en un contínuo desde problemas de inhibición a problemas de rebeldía y agresividad.
Por tanto lo mejor será proteger lo necesario pero a partir de ahí dejar espacio para que nuestro hijo pueda descubrirse a sí mismo, cometer errores y construir el currículum positivo de su vida, donde quedan reflejados todos los logros y aprendizajes gracias a los errores, será la única manera de que avancen con una buena autoestima y autoconfianza.

Aquí puedes ver la entrevista del jueves pasado, día 6 de agosto, en el programa +Dehoynopasa TPA hablando sobre este tema con el Doctor Alain Fernández.

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