Be my baby, la música de Vanessa Paradis sonaba en el despertador de aquella casa, esta vez Senda no se hizo de rogar ante el día y se levantó de un salto, no era para menos, esa mañana se despediría de su familia de intercambio en Francia y pasaría el fin de semana en París con el grupo de españoles con los que compartía aquella aventura.

Llegaban a esa inmensa ciudad, a lo lejos ya se veía la Torre Eiffel e imaginaba cómo sería la vista desde arriba.

Al bajar del autobús pudo comprobar que su maleta no estaba, ¡había perdido su maleta!, no lo podía creer. Comenzó a atormentarse tratando de pensar qué es lo que había pasado, hasta que apareció la razón en su cabeza de forma clara, casi hubiera preferido no recordarlo, así podría culpar a otras personas. 
El caso es que lo que había ocurrido era que estaba muy preocupada por su ropa, se le metió en la cabeza que no iba a la moda de París, entonces se las ingenió para convencer al conductor del autobús y le dejara sacar su maleta en el siguiente descanso del viaje y así poder cambiarse. Al volver había olvidado que el trato con el conductor era que ella misma la volviera a introducir en el maletero. Allí habría quedado, al lado de la carretera, abandonada a su suerte.

El resto del camino lo único que consiguió fue atormentarse más, se sentía culpable, lógico, era la responsable de todo aquello, pero solía ser tan intensa la culpa en ella que era como meterse en un agujero del espacio de donde no podía salir.

Sólo consiguió disfrutar cuando puso por fin su primer pie en suelo parisino, se acordó de varias de las películas rodadas allí: Charada con Audrey Hepburn o Midnight in Paris con Woody Allen. Quería dar un paseo a ver si conseguía sentirse mejor e integrarse plenamente en aquel lugar, comenzó a subir una preciosa colina, cuando alzó la vista vio una hermosa iglesia, la basílica del Sagrado Corazón, se acercó a la entrada y allí había un mimo con un reproductor de música, en él sonando el Canon y Giga en Re mayor de Palchelbel, esa escena se le quedaría grabada en su memoria para siempre.

Notaba que algo había aún que no le dejaba disfrutar plenamente de ese momento, cerró los ojos en busca de alguna solución en su interior, entonces fue cuando le vino a la mente su dificultad de aceptar a los demás tal cual son, pero ahora lo entendió, primero tenía que aceptarse a ella misma tal cual es, amplia tarea que podría durar toda una vida, pero estaba dispuesta a comenzar ese camino. Todo lo comprensiva que sabía ser con los demás debía aplicárselo a ella misma.

Como una revelación se acordó de aquel párrafo leído no sabía dónde: “perdonarse a sí mismo no nos absuelve, no justifica lo que hayamos hecho y no es una señal de debilidad. Perdonar es una decisión que requiere coraje y fortaleza, nos da la oportunidad de convertirnos en vencedores, en lugar de permanecer víctima de nuestro propio desprecio.”

Senda sintió una gran liberación que parecía entremezclarse y coincidir justo con el momento álgido de aquella música celestial, en la que todos los instrumentos se unían en apoyo unos de otros para elevar el alma de quien lo escuchara, sintió agradecimiento, cada nota parecía acoger sus sentimientos con delicadeza, ningún sentimiento era despreciado porque formaba parte del gran firmamento de la vida. Fue el viaje interior más ligero de equipaje que nunca había experimentado. 

Abrió los ojos y el mimo representó con su cuerpo la belleza de esa música y parecía incluso haberla comprendido y aceptado, aunque sabía que tan sólo era su proyección, eso le confirmaba que, al menos por un momento, había conseguido perdonarse.

Entonces se entregó con todos sus sentidos al momento, un hormigueo se expandió por todo su cuerpo y continuó por cada persona que había a su alrededor, como si todo se fusionara en una misma cosa, de aquello indescriptible sólo hubiera podido nombrar una palabra y es compasión.

Desde entonces Senda mantiene esta experiencia como referencia para cualquier ocasión en la que necesite perdonarse.

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