Eran unos zapatos que solían hacerle daño pero no dejaba de ponérselos, le gustaban tanto. Aquel día sí que se arrepintió, aún le quedaba media hora de camino hasta casa y eran las once de la noche. 

Ya no sabía si había sido una buena idea ir a esa charla. A Senda le sorprendía la cantidad de personas que acudían a oír a aquel señor que hablaba de cómo evitar el sufrimiento. Y ella misma había ido con mucha ilusión a escucharle, porque creía que escuchándole iba a desentrañar muchos misterios e iba a responder a muchas preguntas que siempre se hacía.

Mientras le asolaba ese punzante dolor de pies, lo único que le aliviaba era adentrarse en sus pensamientos. Iba repasando una a una las sensaciones y reflexiones que aparecían en su cabeza mientras estuvo escuchando a aquel señor. Hablaba de arreglarlo todo con su filosofía, hacía un cóctel interesante, mezclaba una parte de verdad y el resto se lo inventaba a su manera. 

Su teoría no era una teoría cualquiera, sino la respuesta a todo, o eso parecía. La respuesta a todos los males la tenía él, y eso era lo que a Senda le hacía desconfiar. 

Había utilizado cierto tiempo de su vida para revisar sus creencias y trataba de seguir abierta a ello. Se dedicaba a cazar creencias irracionales para desactivarlas en la medida de lo posible. Y con algunas joyas se iba quedando, las creencias racionales que le parecían dignas de conservar.

Que los extremos son malos y que nada es la panacea eran dos máximas que siempre conservaba. Alguna otra adquirió aprendiendo de su experiencia y de los demás como, por ejemplo, que lo ideal es lo contrario de lo mejor. Esta fue una adquisición reciente que tomó de prestado de una sabia amiga suya.

Pero lo que más le maravillaba es el efecto llamada que este tipo de discursos de «te lo arreglo todo» creaba en la gente, cientos de personas podían llegar a congregarse en torno a él. Eso era digno de estudio, pero no era difícil saber el por qué. Al ser humano siempre le gustó que alguien le hablara sobre cómo arreglar todos sus problemas, nos gusta creer en una varita mágica, eso hace sentir tan bien que uno se olvida de la falta de rigor y de veracidad de todo cuanto dice y predica.

Por fin, llegó al portal, no esperó y se quitó los zapatos, ya no importaba que sus pies se ensuciasen porque prefería darse una ducha y olvidar un poco todo. Esa noche su cabeza le permitió conciliar el sueño.

Justo al sonar el despertador se dio cuenta de que ya tenía toda una lista en su mente, todas las cosas que aún no había conseguido en su vida, todas las cosas que no terminó ayer, todas las cosas que tenía que hacer hoy, se sentía tan frustrada que no tenía ganas de levantarse de la cama.

Sólo se prometió una cosa, que el tiempo que se quedara en la cama le sirviera para algo, y la única manera de hacerlo que sabía era hacerse dos preguntas:

1. ¿Qué siento?
2. Y ¿Para qué me sirve ahora lo que siento?

Y luego contestarlas claro.

Lo que sentía era frustración, una terrible frustración, la que le había acompañado toda la vida y odiaba tanto, en cada cosa que no le salía tenía ella que aparecer. Y ¿para qué servía? pues eso ya le iba a llevar más tiempo.

Entonces trató de acordarse de todas las veces que se había sentido frustrada y de cómo lo resolvió, pero le vinieron a la mente muchas situaciones en las que no había resuelto nada, se la había guardado, cosa aún peor y eso había hecho que tirara la toalla en la tarea que estuviera intentando. Terminó pensando que era incapaz de hacerlo, entonces ya no lo intentaba más, y si lo volvía a intentar se recordaba a sí misma que era incapaz, así cada vez era más frustrante y doloroso intentarlo, vamos cada vez más frustrante.

Un día y otro día la frustración seguía estando ahí en su vida y más fuerte, sobre todo, después de haber abandonado la tarea o el proyecto «imposible» de turno. Pero si insiste tanto en esos momentos, pensó, estaría bien saber por qué, y así lo hizo, sólo en el momento en el que se preguntó qué narices quería esa frustración, consiguió algo, la frustración habló:

– Es que no estás entendiendo para nada lo que te quiero decir, ¿no ves que cuanto más me rechazas más me activo? lo único que quiero es que no olvides tus sueños, está claro que todo cuesta y que para seguir ese camino hay que pasar un montón de situaciones y sentimientos difíciles. Hay que enfrentarse al miedo al fracaso por ejemplo, pero ¿no es más fracaso no intentarlo? aunque atiende bien, hablo de intentarlo de verdad. Hasta ahora lo único que has hecho a cada intento es culparte y pensar que la razón es tu falta de capacidad, pero sabes que eso es mentira. Así es que ya estás poniéndote manos a la obra con lo que quieres conseguir, hay que trabajar cada día para ello, las cosas no vienen porque sí. Habrá días que te sientas incapaz, pero recuerda que sólo es un sentimiento, no es una realidad y puedes continuar con lo que estés haciendo, aunque te sientas así en algún momento, eso no tiene por qué paralizar tu vida. Pruébalo y verás lo fuerte que te sientes.

Y ya que me estás dejando hablar, me gustaría decirte que utilices tu preciado tiempo para cosas más interesantes que ese tipo de charlas, ¿de acuerdo?

Senda entendió en aquel momento qué era eso tan importante de lo que la gente hablaba, saber tolerar la frustración. Más deseable le pareció aprender a amarla.

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