Aquel acorde penetró hasta la última de las células de su cuerpo. Se fue deslizando como una gota que se filtra en la tierra seca por el interminable verano.
Y ¿qué era lo que esa parte de ella ganaba en realidad? parecía prometer mucho pero no ganaba nada, en realidad sólo perdía, pero era más fuerte esa necesidad que todos los humanos tienen de justificarse, hasta el hecho más absurdo e incomprensible, porque es demasiado duro enfrentarse a lo desconocido o sentirse incongruente; De la misma manera que aquella persona recién salida de un estado hipnótico, en espectáculo televisivo, a la que se le pregunta por qué lleva un paraguas abierto si no llueve, se apresura a dar un razonamiento, y encima se lo cree. Está claro que el poder de convencimiento lo lleva cada uno dentro de sí, aunque en el espectáculo pudiera parecer que el poder lo tiene el hipnotizador. Lo malo es que este poder de convencimiento también lo utilizamos en contra de nosotros.
Senda proseguía escuchando aquella música celestial, por mucho que sus diálogos interiores especularan. Las células de su cuerpo estaban pidiendo a gritos que la guerra contra sí misma terminase y querían más de ese cuidado que ahora estaban recibiendo.
Por fin la guerra había terminado, y no quería empezar de nuevo, aunque sabía que era inevitable, era parte de su naturaleza. Se prometió que la próxima vez se daría cuenta antes, también se prometió abrazarse con cariño cuando comenzara de nuevo a odiarse, se prometió escuchar esa música cada día para que ese recuerdo no quedara tan lejano en su mente.