Así transportaba todo el dolor, ese dolor ajeno que creía debía transportar lo llevaba en una pequeña cajita, allí había unas libretas, regaladas en su séptimo cumpleaños, unos lápices con formas originales y algunos otros objetos que se compran en las librerías. Eran sus juguetes más pequeños en símbolo de una infancia robada. Cada mudanza en época de estudiante ella la transportaba sin dudar, de un lugar a otro. Cada experiencia vivida quedó apuntada en su mente, pero sin poder aún entenderlas del todo.
Cuando comenzaba a bajar la escalera de caracol que la enredaba con sus pensamientos, él no decía nada. En cuanto la empezaba a subir su cara cambiaba, reflejando el alivio de escuchar cosas comprensibles y constructivas, caminos que llevan a muchos sitios productivos. Así y de muchas otras maneras que él le marcaba sabiamente, aprendió las cosas más importantes de su vida y de su vocación, la que le llevaría a guiar por otras escaleras de caracol a tantas personas que necesitan esa mano que acompaña por laberintos que parecen no tener salida.
Cada semana salía de ese hogar interior para asimilar lo reflexionado mientras daba un paseo. A veces, se encontraba de nuevo con él y su pequeño perrito, se saludaban y ella continuaba su labor interior. Mil emociones agitadas durante años cual batido y ahora todos los posos se iban asentando poco a poco, cada uno en su lugar. Él era su figura de apego más importante, la que le ayudaba a comprender las dificultades de generaciones atrás, que a su vez, también habían tenido carencias en sus figuras de apego.
Él fue su apuntador de escenario, en aquel teatro tan cálido, el que era su consulta, donde se adentraba en mil personajes que construían sus propias obras de teatro, mientras él construía las suyas para ser representadas en el escenario de verdad, en el que le gustaba estar, en el que tantas obras dirigió, interpretó y también escribió, reflejando mil perspectivas de personas sufrientes que tan bien comprendía, con mirada exquisita.
Un día le ofreció a Senda interpretar personajes en aquel escenario pero Senda ya había elegido otro fuera de su ciudad, el que le llevaría a la gran aventura de su vida, la que por fin estaba deseando. Pero eso se verá en otros capítulos que, con el permiso de Senda, podré relatar.
Las lágrimas acudieron a sus ojos en aquel tren de su otra ciudad cuando se enteró de que él ya no estaba en el escenario habitual, se había ido al escenario invisible del recuerdo vivo de cada persona que lo conoció.
José Fajardo Pedrera, impulsor del movimiento cultural de Malpartida